Cuando alguien nos ofende o nos hace daño esperamos que repare ese daño con una disculpa sincera. En ocasiones es más sencillo darse cuenta de esto cuando estamos en el rol del ofendido y es más difícil cuando estamos en el rol del ofensor, ya que requiere de algunas cualidades, como:
- La humildad.
- El reconocimiento del acto ofensivo.
- Empatizar con el otro.
- La voluntad de no volver a dañar.
Estas cualidades suponen poder mirar hacia adentro y reconocer el error y al mismo tiempo poder mirar hacia fuera, a la otra persona y reconocerla a ella y a sus sentimientos.
El acto del perdón atañe a las dos partes, tanto al ofendido como al ofensor. El Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Villacañas explica que “perdonar es una promesa de olvido a cambio de una promesa de no reincidencia”.
De esta manera, ambas partes deben involucrarse y comprometerse con la reparación del daño sucedido en la relación.
Si la persona que ha hecho el daño se responsabiliza de lo que ha hecho y lo asume, ya no queda lugar para la culpa. A menudo es común sentirse culpable, que es diferente a la responsabilidad y es menos útil y funcional para hacerse cargo del propio comportamiento.
Desde la responsabilidad se puede cambiar algo. Desde la culpa el cambio es más difícil, ya que este sentimiento acerca a la persona que ofende a una postura de víctima.
Si, de otra manera, se pide perdón, pero la persona que ha ofendido lo hace para limpiar su conciencia, sin una mayor intención de sanar el daño ocasionado, esto no sirve de nada en la relación. Sigue mirándose a sí misma en lugar de mirar y reconocer a la persona a la que ha ofendido, y por tanto, el daño sigue presente.
Por tanto, para que se de el acto del perdón, es fundamental que la persona que ha ofendido pueda ponerse de forma sincera en el lugar del otro, comprender cómo le ha hecho sentir, disculparse y tratar de no volver a hacer lo mismo en el futuro.
Y la persona ofendida tiene que estar dispuesta a aceptar lo que el ofensor le ofrece para reparar el daño.
Las relaciones entre las personas son más sanas a medida que se mejora en la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
Si esta capacidad no está muy desarrollada, entonces la persona no se relaciona con el otro, sino que se relaciona consigo misma a través del otro. Y así no ve ni interactúa con los demás, solo consigo misma a través de los demás.
Esta forma de relacionarse correspondería a etapas más infantiles del desarrollo humano, pero que pueden estar vigentes en las relaciones entre adultos.
Si, en cambio, sí se ha desarrollado la capacidad de ponerse en el lugar del otro, se pueden considerar las necesidades, deseos y sentimientos de la otra persona como diferentes a los propios y se pueden atender y respetar. Esto alimenta y protege la relación entre ambas partes y corresponde a una etapa más madura del desarrollo relacional.
Desde esta capacidad es más sencillo tanto perdonar como pedir perdón.
Eva Lorenzo